Microhistorias.
José Martínez Cruz
Cárcel de plata.
Cuando pase el viejo portón de la cárcel de Atlacomulco, me sorprendió encontrar un mundo de gente que gozaba de la mas amplia libertad para moverse dentro de los patios y callejones que conectaban a los diferentes edificios donde se encontraban las celdas. Era una fecha cercana a julio de 1977, hace 30 años, y entraba en representacion del Frente Pro Derechos Humanos Garantías Constitucionales y Libertades Democráticas de Morelos recién constituido, para hablar con los presos políticos, la mayoría provenientes de las organizaciones guerrilleras, quienes habían denunciado torturas, simulacros de fusilamiento, apandamientos, vejaciones, amenazas, por parte de la dirección del penal. Escuchamos los relatos estremecedores en un salón y luego visite por primera vez a Julio Melchor Rivera Perrusquia, militante del Partido Proletario Unido de América, quien su sumo a las filas combatientes dirigidas por el Guero Medrano en la colonia Ruben Jaramillo. Ahí, en su mesa que hacia las veces de escritorio, tenia unos papeles escritos con fina letra, donde destaca el titulo de un poema llamado: "La Cárcel de Plata". Poema que me entrego en las manos y lo hice llegar a El Correo del Sur para su publicacion.
Ahora, frente a mi escritorio en La Comuna, tengo un fajo de manuscritos elaborados por decenas de mujeres internas en el penal de Atlacholoaya, dirigidos a la Comisión Independiente de Derechos Humanos, solicitando todas ellas que les regresen sus aparatos decomisados ilegalmente por el Consejo Técnico del Centro estatal de Readaptacion Social.
Leo en uno de ellos: "en la revisión nos quitaron joyas, dinero, pinturas, zapatos, aparatos eléctricos, como ventiladores, televisiones, grabadoras, Cidis, Casetes, perfumes. La comida a veces nos la dan aceda. No permiten sacar trabajos manuales... no dejan pasar azúcar, café, cigarros, tarjetas... y ahora que nos pusieron de (uniforme) amarillo a las sentenciadas (y) casi no hubo cloro para decolorar ropa y nos dieron una semana. Nos quitamos un refresco o algo por comprar nuestras cosas y ellos robándoos... vendo artesanías... y le doy dinero a mi mama ya que tengo una niña de 7 años..."
Muchas de las internas son madres solteras o tienen a sus parejas también presos, por lo que obtienen de su trabajo lo dedican a sostener a sus hijos, que dejan encargados con sus abuelas o bien los tienen dentro de un área en el propio penal.
Otra interna nos dice: "a mi me quitaron (también) un esterilizador de biberones, su cadenita de oro de mi bebe, no conformes a todo esto me quitaron varios medicamentos de mi bebe los cuales yo compre porque aquí nunca hay medicamentos... como comprar si nos quitan nuestro dinero y no dejan a la visita que nos traigan telas para hacernos nuestro uniforme?"
Todos los testimonios están escritos a mano, en pequeñas hojas de cuaderno, con letra temblorosa, de internas que en su mayoría no han sido sentenciadas y otras hasta con casi 15 años de prisión: "somos seres humanos", le recuerdan una verdad elemental a las autoridades.
Y donde quedo la cárcel de plata de Julio Melchor?: "Aquí en mi cárcel de plata, me decía, caen sobre mi mesa de escribir flores rojas del tulipán de la india'. Eso no existe mas. Quedo en la memoria del viejo penal de Atlacomulco, en un pequeño pedazo de muro que simbolicamente permanece en el actual parque ecológico de Acapantzingo.
La cruda y dura realidad se mantiene en el penal de Atlacholoaya: sin biberones para el bebe. Entenderá alguna autoridad la desesperacion de una madre que ve a su pequeño hijo llorar de hambre? Y sin poder esterilizar sus biberones, porque es un aparato decomisado por ordenes de un Consejo Técnico que los tiene amontonados en una oficina donde prevalecen mas los intereses burocráticos que el cumplimiento de las normas para la readaptacion social, y sobre todo, el respeto a los derechos humanos elementales
jueves, 19 de marzo de 2009
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